Leer

Babitas

“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. La frase, ya se sabe, es de Borges. Me he acordado de ella este fin de semana tras los atentados de París, cuando volví a ver en Twitter y Facebook esa foto que ya hace tiempo circula y que dice: “la diferencia entre leer un libro y leer muchos”. La imagen muestra, a la izquierda, dos mujeres: una con una Biblia y otra con el Corán, ambas con una kalashnikov en la mano. A la derecha, un hombre tranquilo que organiza su biblioteca.

La imagen viral me ha recordado la frase de Borges porque creo que a todos esos opinadores y escritores de estados de Facebook, que critican los posts y las banderas de solidaridad de los otros, que comparan a Isis con las Farc, que cuentan muertos a un lado y al otro con la misma dinámica de un Mundial de fútbol y que creen que comprenden la guerra de Siria porque han visto un video en YouTube que la explica en diez minutos, lo que les falta son lecturas de las que sentirse orgullosos. 

Todos esos censores, dueños de una autoendilgada superioridad moral para juzgar desde a Mark Zuckerberg hasta los colombianos que según ellos somos hipócritas porque no nos solidarizamos con la bandera de Colombia o del Líbano en nuestra foto de perfil, se olvidan de que lo que cuenta detrás de la palabra es la idea, no la creencia. Y el pensamiento se construye –y perdón la perogrullada– leyendo y discutiendo otras ideas, no estados de Facebook. 

La opinión está al alcance de cualquiera. Son babitas. Las ideas, por el contrario, son un terreno mucho más difícil: requieren esfuerzo intelectual, tiempo invertido, lecturas, argumentos. Cualquiera puede tener una opinión sobre París, el proceso de paz, el matrimonio homosexual y el aborto, pero ¿cuántos pueden parir realmente una idea? ¿Una que se pueda contrastar con teorías, libros, fuentes? ¿Una que, además, sea coherente con el resto de un sistema de pensamiento? Piense, por ejemplo, en el aborto: usted puede decir que está de acuerdo porque cada cual debería poder hacer con su cuerpo lo que quiera. Así las cosas, ¿cree también en el libre derecho a la prostitución y la venta de órganos? Al fin y al cabo eso sería también hacer con el cuerpo lo que a cada uno le parezca. Y no intento aquí defender una idea ni otra, sino demostrar lo difícil que resulta construir pensamiento. 

Pero volvamos a los orgullosos críticos, escritores y comentaristas de estados de Facebook. ¿Por qué será que los únicos posts que en realidad interesan son los que propone la gente que lee y está bien informada? Hagamos un cálculo: sólo leer las páginas internacionales del diario El País este domingo tomaba cerca de una hora. Entre el viernes y el lunes festivo, muchos leímos también Le Monde, artículos de El Español, El Confidencial, TheAtlantic, The New York Times, El Espectador, TheEconomist, El Mundo, Time, Liberation, The Guardian, TheHuffington Post, Foreign Affairs, The New Yorker, Spiegel International, Infolibre, Vox y The New York Review of Books, entre otros, además de habernos acercado a nuestras bibliotecas a releer pasajes de libros ya subrayados. Todo sumado, habremos pasado más de doce horas leyendo. 

¿Cuántos de esos nuevos teóricos del choque de civilizaciones, obispos de la tolerancia políticamente correcta y profetas de la ley del talión habrán pasado siquiera veinte minutos con un periódico o un libro entre las manos, fuera de las redes sociales?

Por eso esta columna es para ese amigo del dedo levantado, ese que podría llegar a ser tan incendiario como esas chicas de la foto viral que cargan una ametralladora y han leído sólo un libro (tú, a lo mejor, no habrás leído ni uno): tienes que saber que tus opiniones llenas de babas nos tienen a todos sin cuidado y que sólo vamos a leerte –y rebatirte– cuando lo que nos propongas sean ideas. La línea se traza entre los que quieren opinar y los que queremos comprender. Así que jáctate tú de esos posts y tweets que has escrito. El resto preferimos sentirnos orgullosos de todo lo que, en aras de intentar entender algo, hemos leído.

Publicado en el periódico El Mundo. Noviembre 19 de 2015.